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Clik here to view.Los corresponsales en China saben que esencialmente existen, tres temas, que no se pueden tocar –imagínense combatir– si uno desea seguir viviendo en semejante vertedero edificado. Y esos asuntos son: Tíbet, Xinjiang y Tiananmén. Incluso sacar a la luz los turbios y corruptos negocios familiares de Wen Jiabao, o los de la señora del nuevo presidente chino Xi Jinping, generan menos malestar entre la terrorista e inane cúpula del PCCh que buscar declaraciones entre las madres de los cientos, o tal vez miles, de estudiantes asesinados –para Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia, eran terroristas contrarrevolucionarios a sueldo de la CIA– en aquel fatídico cuatro de junio de 1989, sólo tres años antes de las Olimpiadas de Barcelona, cuando en España nadie miraba hacia la masacre China sino hacia el odiado imperialismo demócrata americano; aunque he de decir que en un país inculto, rastrero y que nunca pasará a la historia –o al menos a la que ahora discurre– es normal que la inmensa mayoría de su población ande pisando huevos. Y ahora hablaba de España.
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Porque la tetraplejia general (corresponsales extranjeros educados gratuitamente bajo el yugo de las democracias occidentales que luego defienden las dictaduras a cambio de flujos vaginales tan nativos como post adolescentes, diplomáticos elegidos a dedo por haber sabido arrodillarse y abrir bien el gaznate a su debido tiempo además de haberse arrimado al partido que en ese momento más calentaba, y empresarios sin escrúpulos que aceptan no ya la explotación laboral en sus fábricas sino una dictadura que si aconteciera en sus lugares de origen les harían levantarse indignados de sus sofás del Ikea para enviar, al menos, cartas al director de la gacetilla local) debería ser tan denunciable como la cobardía del Partido Comunista Chino, que tras 25 años de la matanza sigue sin reconocerla asumiendo que si su pueblo es tonto el resto del mundo o lo es o lo terminará siendo. De ahí mi cantinela cansina que no cesaré de repetir y repartir: China se propone no sólo dominar el planeta sino enmudecerlo, abstraerlo, jibarizarlo, anularlo. Y por eso mi sorpresa ante la cantidad de corresponsales y colaboradores a tanto la pieza que, mucho más formados y listos que yo, pasan por alto las atrocidades que cada segundo acontecen en China con la excusa de que también se genera progreso. Un progreso que en el caso de ellos sólo se ve recompensado si Madrid o Barcelona deciden aumentarle la nómina o la colaboración. Porque económicamente de China poco dependen. Aunque es tal el Síndrome de Estocolmo que los hay que hasta pasan hambre y se divierten chapoteando durante el aniversario de la masacre gracias a que una peluda vaginal local les ha dicho ‘wo ai ni’ (te quiero), la auténtica arma de destrucción masiva –que además suele ser pasiva sexual– para un amasijo de paletos occidentales que nunca debieron salir del pueblo.
China silencia la masacre televisada, grabada y radiada; persigue a los que buscan la verdad (en el último mes casi un centenar de familiares y adictos a la verdad han sido detenidos, confinados en sus casas, hechos desaparecer o directamente les han enviado unos días lejos de Pekín); asesina o encarcela a los que se atreven a consultar; y nuestros soldados de picha fría (periodistas, diplomáticos y empresarios) rezando para que tan señalada fecha pase sin que les salpique, ellos tan volcados en que China siga creciendo a cambio de lo que sea. Eugenio Bregolat, embajador español en aquella fecha tan sanguinolenta, declaró a la prensa un día después de la matanza en una clara demostración de que el control antidopaje debería realizarse a nuestros embajadores y cónsules, que aquella mañana “sólo escuché a los pájaros sobrevolando Pekín”. Y es una lástima que su sordera sea tan siniestra, sobre todo porque le volvieron, años después, a recompensar con la misma embajada y olvidó informarnos de que en Pekín, ante tamaña masacre medioambiental, no es que no se escuche el trinar de los pájaros, es que directamente ya prácticamente no quedan aves. Si acaso algunas tumorizadas.
Hace 25 años de una masacre con precedentes pero sin que los culpables, en este caso Deng Xiapoping y su equipo, además de los gobiernos posteriores que ocultaron y manipularon, hayan no ya pagado sino pedido perdón, cuando la comunidad internacional, antes y hoy –y mañana ya verán como se le da la vuelta a la tortilla y le dan el Nobel de la Paz póstumo a Deng Xiaoping– se arrastran de una manera tan vergonzante que el que escribe procura no decir muy alto que nació bajo el yugo de una democracia, el supuesto adalid de la Humanidad.
Hoy se recuerdan los primeros 25 años desde la Masacre de Tiananmén y según va la cosa, en su 50 aniversario, será el mundo entero, arrodillado ante China, el que silenciara una matanza que lo que más me duele es que les va salir gratis a los que la gestaron.
No olvidemos que lo peor no es que en China se oculte la Matanza de Tiananmén, ya que lo realmente peligroso es que se sigue encarcelando, asesinando y haciendo desaparecer a seres humanos por: pensar diferente, discrepar, denunciar los abusos de poder, leer prensa extranjera crítica –y por tanto censurada–, opinar en las redes sociales, o tener más de un vástago. Sin embargo siguen saliendo indemnes los que: roban, chantajean, contaminan, falsifican, extorsionan, explotan laboralmente, tienen siete amantes menores de edad, y particularmente los que no saben hacer la O con un canuto. ¿Y éste es el país –“realmente es una civilización” (Martin Jacques dixit)– que va a pasar a la historia mundial por escribírnosla?
Lo realmente prodigioso de esta efeméride es que no ocurrió en el paleolítico; y que los familiares de los fallecidos y desaparecidos, por mucho que los hayan encarcelado o abducido, siguen clamando justicia así como las imágenes de aquellos días son visibles en todo el planeta excepto en China, donde según una encuesta que circula entre gentes serias por las redes sociales sólo tres de cada diez chinos saben algo de lo que ocurrió aquel fatídico día. Por lo que no nos queda más que recordar que China es, a día de hoy, el auténtico holocausto del siglo XXI, que los que podrían narrarlo prefieren hacerse pasar por afónicos para que los que dicen leer continúen ciegos.